"La vida en exhibición. Perdida en el círculo del compartir perpetuo."

Se produjo un cambio fundamental: la vida ya no era algo para vivir en privado, sino una representación que se representaba sin cesar. El público principal ya no era el yo, sino la multitud anónima tras el objetivo. Cada momento, desde lo mundano hasta lo monumental, se convirtió en materia prima para una narrativa pública, cuidadosamente editada para sustentar una versión idealizada del yo.

Este nuevo imperativo exigía una visibilidad constante. Las personas operaban bajo la carga tácita de la prueba de que sus vidas eran emocionantes, exitosas y significativas, todo ello medido por la validación externa. El resultado fue una sutil pero profunda división: la persona privada e imperfecta existía solo para servir a la impecable imagen pública.

Quedaron atrapados en un círculo vicioso de intercambio constante, donde la validación era la moneda de cambio. Cuanto más mostraban, más afirmación recibían y mayor era la necesidad de exhibir. La auténtica experiencia de la vida se pasó por alto, se sacrificó en favor de documentar la apariencia de esa experiencia para el consumo inmediato.

La obra de arte captura la tranquila melancolía de este bucle sin fin, la sensación de girar en un bucle que nunca les perteneció realmente, mostrando perpetuamente sus vidas para mantener su lugar en el bucle.